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3 Mar 2022

KEITH

Post by Ibis Rodriguez

Estaba sentada como siempre frente a la televisión, solo para escucharla, pues apenas levantaba la vista para ver las imágenes sucesivas que presentaban en el aparato. Era una costumbre adquirida ante la soledad de esa casa. La tele me hacía sentir acompañada. Levanté la vista solo un momento y ahí estaba, el chico joven, rabiosamente rubio, con manos esposadas a su espalda y a pesar de la mascarilla, reconocible para mí. Lo acompañaba el personal de rigor en estos casos, alguaciles, policías y uno que otro agente del orden, no uniformado.

De momento dudé si realmente era él y tuve que esperar la repetición de la noticia en el horario nocturno, para validar su veracidad. Keith, había sido arrestado bajo la acusación de cometer crimen de odio. Aquel niño dulce, cariñoso, tímido y siempre hambriento, alegadamente se había convertido en un delincuente. Se me revolvieron las entrañas, no lo podía procesar. ¿Qué había pasado en el transcurso de los años sin saber de él?

Golpeó mi memoria las veces que lo senté a la mesa y para desayunar siempre me pedía “pancakes with blueberries, ¡please!”, a lo que nunca podía negarme. Había llegado como compañero de juegos de Andresiro, mi hijo, durante sus visitas al parque de enfrente. No hablaba español, pero eso no le impidió sentirse en confianza a medida que pasaban los días. Era un niño hermoso, con ojos azul cielo, tierno y con una timidez provocada por lo que vivía en su casa. Deduje su situación después de recibir una noche a sus padres que iban a recogerlo, luego de haber transcurrido más de cinco horas jugando en casa. Al ver que lo venían a buscar, su semblante cambiaba, de alegre a triste y arrastrando sus pies abandonaba mi casa.

Poco a poco descubrí que tenía una hermanita, con necesidades especiales, menor que él. Por su ropa y falta de higiene, percibí su pobreza. Varias veces salió con prendas de ropa que le regalaba y una que otro detalle para su hermanita. Cuando recibía dulces o galletas, siempre separaba una porción para su hermana.

Empezó a quedarse en casa desde la noche en que tuvimos que llevar a sus padres y hermana a un refugio a media hora de donde vivían, Era pleno invierno y habían sido desalojados de su vivienda por falta de pago. No tenían donde quedarse y nosotros no teníamos espacio para ellos, pues la casa también era pequeña. Pasaron los meses y Keith ya era parte de la familia. Cuando tuvimos que mudarnos a otro lugar, su madre nos pidió que nos lo lleváramos, pues el niño se había encariñado con nosotros y ella sabía que estaría mejor. Ese ofrecimiento no lo esperábamos y de repente no supimos qué contestar. Luego de esos análisis exhaustivos que llevamos a cabo los que nos llamamos seres pensantes (que no es otra cosa que cuestionarnos todo, hasta que encontramos la razón justa para negarnos ante lo que nos compromete aún más), la decisión fue declinar llevarnos al niño. Confieso que pesó más la razón que la emoción y así fue como nos despedimos de él. No supimos más, qué había pasado con él y el resto de su familia, hasta ahora, que regresa como imagen presente de un pasado casi olvidado.

Busqué información sobre a dónde lo habían llevado y fui a verle. Obviamente, no me reconoció en primera instancia, yo también había cambiado físicamente y él era apenas un niño de 6 años cuando dejamos de vernos. Le hablé de Andrés, del parque y terminé mencionándole los “pancakes with blueberries”. Al hacerlo, su cara se iluminó momentáneamente, un brillo fugaz ocupó su mirada y me devolvió una cálida y corta sonrisa. Recordaba, pero desde un lugar muy profundo en su memoria. Bajó su cabeza y comenzó a hablar sobre cómo había terminado allí. Sus padres murieron por sobredosis, su hermana estaba en alguna institución del estado; había perdido contacto con ella. Él había pasado por varios hogares de crianza, hasta su mayoría de edad. Delinquió por necesidad, no porque quería hacerlo. Esta última vez, había agredido a un inmigrante, porque sí, porque quiso, porque no le perdonó a la vida la ausencia de oportunidad de pertenecer a una familia, aunque fuera de mentira. Me pregunto, ¿había otra vida para Keith?

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