KEITH

Estaba sentada como siempre frente a la televisión, solo para escucharla, pues apenas levantaba la vista para ver las imágenes sucesivas que presentaban en el aparato. Era una costumbre adquirida ante la soledad de esa casa. La tele me hacía sentir acompañada. Levanté la vista solo un momento y ahí estaba, el chico joven, rabiosamente rubio, con manos esposadas a su espalda y a pesar de la mascarilla, reconocible para mí. Lo acompañaba el personal de rigor en estos casos, alguaciles, policías y uno que otro agente del orden, no uniformado.

De momento dudé si realmente era él y tuve que esperar la repetición de la noticia en el horario nocturno, para validar su veracidad. Keith, había sido arrestado bajo la acusación de cometer crimen de odio. Aquel niño dulce, cariñoso, tímido y siempre hambriento, alegadamente se había convertido en un delincuente. Se me revolvieron las entrañas, no lo podía procesar. ¿Qué había pasado en el transcurso de los años sin saber de él?

Golpeó mi memoria las veces que lo senté a la mesa y para desayunar siempre me pedía “pancakes with blueberries, ¡please!”, a lo que nunca podía negarme. Había llegado como compañero de juegos de Andresiro, mi hijo, durante sus visitas al parque de enfrente. No hablaba español, pero eso no le impidió sentirse en confianza a medida que pasaban los días. Era un niño hermoso, con ojos azul cielo, tierno y con una timidez provocada por lo que vivía en su casa. Deduje su situación después de recibir una noche a sus padres que iban a recogerlo, luego de haber transcurrido más de cinco horas jugando en casa. Al ver que lo venían a buscar, su semblante cambiaba, de alegre a triste y arrastrando sus pies abandonaba mi casa.

Poco a poco descubrí que tenía una hermanita, con necesidades especiales, menor que él. Por su ropa y falta de higiene, percibí su pobreza. Varias veces salió con prendas de ropa que le regalaba y una que otro detalle para su hermanita. Cuando recibía dulces o galletas, siempre separaba una porción para su hermana.

Empezó a quedarse en casa desde la noche en que tuvimos que llevar a sus padres y hermana a un refugio a media hora de donde vivían, Era pleno invierno y habían sido desalojados de su vivienda por falta de pago. No tenían donde quedarse y nosotros no teníamos espacio para ellos, pues la casa también era pequeña. Pasaron los meses y Keith ya era parte de la familia. Cuando tuvimos que mudarnos a otro lugar, su madre nos pidió que nos lo lleváramos, pues el niño se había encariñado con nosotros y ella sabía que estaría mejor. Ese ofrecimiento no lo esperábamos y de repente no supimos qué contestar. Luego de esos análisis exhaustivos que llevamos a cabo los que nos llamamos seres pensantes (que no es otra cosa que cuestionarnos todo, hasta que encontramos la razón justa para negarnos ante lo que nos compromete aún más), la decisión fue declinar llevarnos al niño. Confieso que pesó más la razón que la emoción y así fue como nos despedimos de él. No supimos más, qué había pasado con él y el resto de su familia, hasta ahora, que regresa como imagen presente de un pasado casi olvidado.

Busqué información sobre a dónde lo habían llevado y fui a verle. Obviamente, no me reconoció en primera instancia, yo también había cambiado físicamente y él era apenas un niño de 6 años cuando dejamos de vernos. Le hablé de Andrés, del parque y terminé mencionándole los “pancakes with blueberries”. Al hacerlo, su cara se iluminó momentáneamente, un brillo fugaz ocupó su mirada y me devolvió una cálida y corta sonrisa. Recordaba, pero desde un lugar muy profundo en su memoria. Bajó su cabeza y comenzó a hablar sobre cómo había terminado allí. Sus padres murieron por sobredosis, su hermana estaba en alguna institución del estado; había perdido contacto con ella. Él había pasado por varios hogares de crianza, hasta su mayoría de edad. Delinquió por necesidad, no porque quería hacerlo. Esta última vez, había agredido a un inmigrante, porque sí, porque quiso, porque no le perdonó a la vida la ausencia de oportunidad de pertenecer a una familia, aunque fuera de mentira. Me pregunto, ¿había otra vida para Keith?

La bibliotecaria

La pandemia le estaba cambiando el escenario. Esa directriz de trabajar desde la casa le ponía su vida patas arriba. Su rutina estaba destrozada, sin ella poder hacer nada para detenerla, conservarla. Así se le trastocó la vida a Emilia, la callada, modosita y sobria bibliotecaria de la uni.

Cada día se levantaba al rayar el sol, caminaba hasta el baño arrastrando los pies y metía su redondo cuerpo bajo el agua fría, para que la terminara de despertar. Luego a lavarse los dientes, secar su cabello, vestirse siempre con su oscura ropa y pasar a desayunar cualquier cosa que le llenara su panza y la sostuviera hasta la hora de almorzar. Tomaba el tren y al sentarse en él, metía su cara “espejuelada” en el libro de turno. La misma rutina cada día para presentarse en su monótono trabajo. En sus ocho horas de rendimiento laboral atendía estudiantes, facultad y una que otra visita que llegaba para romper esa monotonía y ponerla a trabajar demás.

Pero, llegó la pandemia y todo lo que se coló con ella. El primer día realizó la misma rutina, cual si fuera a salir al trabajo, excepto que no abandonó la casa. Se conectó a las 8 y cotejó que su servicio de internet estuviera funcionando. El primer cibernauta solicitó sus servicios a las 8:15, terminó con él en diez minutos. A las 9 tenía que conectarse a la primera reunión virtual. Cotejó en la cámara de su HP como la verían sus compañeros. Retocó su pelo y leve maquillaje y pasó a conectarse. Todos entraron a tiempo, se saludaron, bromearon un poco e iniciaron los temas asignados para discusión. La reunión duró solo una hora, el tiempo gratuito que daba la plataforma para su uso, pensó: ¡qué inteligente esa plataforma al controlar el tiempo de conexión! De esta forma los obligaba a ir al grano y resolver/discutir en tiempo récord lo presentado en la reunión. Eso le había gustado, así no tenia que escuchar a los que siempre tenían algo que decir o traer a la reunión y que acaparaban la atención y alargaban extensivamente el tiempo de esta. Al finalizar, pasó nuevamente a su estatus de disponibilidad para el usuario. A las 5 se desconectó, pero no cerró su computadora.

Al comenzar su cena, escuchó el primer “tinnnnn”, sonido que le avisaba que alguien requería servicio. Decidió atenderlo, aunque no cobrara hora extra. Era una petición fácil, el usuario requería información de como recuperar su contraseña. Le envió el folleto digital que contenía las instrucciones. Terminó de cenar y pasó a prender la tele para ver su programa de juegos favorito, en donde se veían las historias más inverosímiles de personas que evidenciaban su baja escolaridad y provocaban la risa de los espectadores por las respuestas que daban.

Nuevamente la interrumpió el “tinnnnn”, quiso atenderlo y lo hizo. El sonido se repitió consecutivamente hasta casi las 11 pm. Su primer día en linea fue verdaderamente extenso. Mañana resaltaría en la página de biblioteca el horario para servicio en línea. Esperaba que, con eso, desaparecieran las peticiones fuera de horario de trabajo. Se fue a dormir.

Al día siguiente, comenzó la rutina del día anterior, aunque durante la mañana no tuvo peticiones de usuarios. Lo que le permitió seguir jugando rompecabezas en otra página de su HP. Después de las 6 comenzó a recibir peticiones, una tras otra; lo que la mantuvo ocupada hasta las 10. Nuevamente estaba trabajando nocturnalmente. Transcurrieron varias semanas de la misma forma, lo que le alteró el alma y el espíritu. Ya no tenía contacto con los demás, como Dios manda y lo peor, ¡tuvo cambio de horario laboral sin pedirlo! Adiós desconexión necesaria y anhelada entre la experiencia laboral y la personal. Adiós al acercamiento e intercambio social. Adiós a la tranquilidad de sus horas vespertinas. Indeseada bienvenida a la invasión de su espacio personal, a la irregularidad de su horario de trabajo, al distanciamiento/aislamiento que produce trabajar desde la distancia. Y lo peor, ¡adiós a su tranquilidad y organizada existencia! Mañana comenzaría sus terapias con el psiquiatra, esperando que la devuelva a su anterior rutina, tan organizada, tan entretenida, tan ¡vida!

IRC febrero 2022

On line

Online

Era la quinta vez que se chequeaba en el espejo. Se aseguraba que su apariencia estuviera presentable, nada de mocos visibles, ni maquillaje corrido. Blusa planchada o por lo menos libre de arrugas, colorida y que diera una proyección de alegría. La parte baja, no importaba, estaba fuera del alcance de quien mirara. Casi era hora de empezar. Cotejo de dientes limpios, el aliento tampoco preocupaba. ¡5,4,3,2,1! Click al botón de conexión y empezaba la proyección; de lo inauténtico, de lo compuesto, de su performance ante la diminuta cámara que le presentaba a los que estaban al otro lado, lo que en realidad ella quería que vieran. ¡Oops! Salida inmediata. ¡Había olvidado poner el background de la playa!

Me lo dijo FB

Imposible que le estuviera sucediendo esto. Había leído en la red social que pronto llegaría su compañero de vida. Le trajo confianza. Sin embargo, se le torció el destino. Apareció aquel macharrán al que le había aceptado “hasta que la muerte nos separe”. Los moretones y cortaduras eran sus obsequios. Se preguntaba, ¿en que había fallado la red?

Tarot

Salieron del lugar con la curiosidad satisfecha. Inquietas, pero felices. La médium les había dado el futuro. Solo había olvidado un pequeño detalle, ocurrido tres meses después. Una de ellas pasó al plano espiritual. La otra continuó su existencia sin jamás volver a pisar una consulta más; ya no quería adivinar.

ta

Adiós a los vaqueros; láser en el pecho. Botas por tacas y le llegó la tranquilidad al alma. Ahora era humana. Alteró su existencia con una sola sílaba. Ahora era Carlota.