Voy a cambiar de profesión

Sí, a mis 60 años me acabo de dar cuenta que he perdido mi tiempo leyendo, estudiando, aprendiendo cultura, viajando y cumpliendo con los estándares sociales. Un poco tarde, ¿no?

Un querido amigo publicó la presentación de San Benito en una de las premiaciones famosas para la música, no me acuerdo del nombre, ¡son tantas! Ya saben todos los “likes” que recibió, recibe y recibirá la publicación. Para validar lo que la mayoría dijo, vi el video. Y eso fue lo que validó mi deseo de cambio.

Los productos fabricados en Puerto Rico se van apoderando del mundo. Ya en otra publicación hablé de BB, no voy a repetir lo que ahí está. Observando el video caí irremediablemente en la separación de lo que es música, talento y voz, vs. la presentación del trapero. Pienso igual que ayer: BB es un producto fabricado. Ahí no hay voz, musicalidad, menos vocabulario. Me comentó una amiga que una periodista española definió el estilo del trapero como “el tipo que canta bostezando” y me parece muy acertada su apreciación.

Talento sí hay. Expone frases de la vida cotidiana, del diario vivir, escoge su ritmo y ¡pum!, la pega. Lo que encendió a los asistentes fue la música, el conjunto de bailarines y saltarines, el colorido del vestuario, la mezcla de ritmos caribeños y quizás hasta las palabras soeces utilizadas, las cuales son su estandarte y con las que siempre cierra su espectáculo, como corolario de sus emociones al notar que es capaz de exponer lo que le dé la real gana sin ser censurado.

Los boricuas que vemos lo que se presentó, nos emocionamos porque la vena patria se nos infla al ver que otro boricua es capaz de revolucionar las masas con nuestros ritmos y pisar escenarios que parecían inalcanzables, aunque sea con trapería (la RAE lo define).

Me simpatiza este joven, ya tiene su vida resuelta desde el punto de vista económico y social (dinero y aceptación). Incluso me ha dado una gran idea. Voy a reunir al mejor músico de cada instrumento, para mi orquesta. Desempolvaré mis insulsos poemas y los convertiré en canciones. Haré un par de “demos” y los enviaré a varias disqueras. Espero tener suerte y que no se den cuenta de mi desatino. Una vez me haga famosa, mandaré al carajo al que me joda y gritaré ¡Puñeta!, a viva voz sin ser censurada. Es todo.

Bad Bunny: destacada figura de lo soez en el S XXI

Ya ha ido disminuyendo la ola de críticas, elogios y garatas generadas por la figura controvertida de Benito, artista, compositor, cantante, káiser del fenómeno musical trapero. Estaba esperando eso, el descenso de publicaciones en redes sociales, medios digitales y tradicionales, para escribir objetivamente lo que percibo sobre este bien llamado fenómeno (con todas las acepciones que implica esta última palabra).

Pero ayer, surge la pregunta entre colegas y me pidieron opinión. Eso bastó para recordarme que no había cumplido la tarea impuesta de dedicarle unas letras a Conejo Malo. Aquí van esas líneas, que consten son mi opinión y que no me interesa generar empatía; las opiniones son como los ombligos, cada uno tiene esa evidencia de pasada conexión umbilical.

Mis sobrinas son fanáticas y es a través de ellas que escucho el nombre artístico por primera vez. Compartieron algunas de sus canciones/éxitos y así conocí el contenido que maneja Benito. Mi primera reacción fue ofensiva para ellas, les dije que como era posible que escucharan esa porquería, que eso no tenía ni ton ni son y que además ese lenguaje era demasiado vulgar para ellas, unas niñas educadas y que habían estudiado o en eso estaban. Bromeamos y cada una expresó justificadamente su gusto por el artista.

Llegó la pandemia y una tarde o noche (no recuerdo el periodo del día) veo en televisión el anuncio del inicio del concierto público desde el Bronx, recorriendo las calles de Manhattan, hasta culminar en Harlem, NYC. Me alegró ver este logro, que debió tener tras bastidores todo un batallón de figuras, $$$ y andamiaje para obtener el permiso para que fuese realizado. Me alegró porque era una figura de mi país que destacaba nuestra existencia como lugar y reiteraba de lo capaces que somos los puertorriqueños.

No voy a resumir aquí sus otras apariciones, conciertos y otras intervenciones, búsquenlas en Google, ese sí sabe. Lo que quiero plasmar en palabras es mi razonamiento del porqué saltó del anonimato a la fama y el poder que ejerce en el gusto/mente/preferencia de la juventud actual.

Para mí, Benito representa “la figura de lo soez”, tomando permiso de palabras utilizadas por uno de los más destacados escritores puertorriqueños, Luis Rafael Sánchez. Su lenguaje, vestimenta, acciones, comportamiento y palabras son un reto continuo a lo establecido como correcto, lineal y aceptable socialmente. Su ruptura es lo que enamora, atrae y fascina a sus seguidores. Atrás quedaron el talento, la musicalidad, la rima, los tonos musicales y el acompañamiento de instrumentos. Eso no le ha hecho falta para sobresalir entre los raperos/traperos que emergen o emergieron. Es el “papá” de esos “pollitos”.

Se ha convertido en la figura que canaliza las frustraciones, los silencios producidos por tapabocas (y no me refiero a las benditas mascarillas), el grito de estamos aquí, del somos capaces si nos lo permiten, queremos los cambios inmediatos, pues ya estamos cansados de la espera desesperanzadora y merecemos tener la oportunidad de cambiar lo que no ha resultado positivo socialmente. Esto es lo que pienso representa para la juventud.

Y tal vez se pregunten, ¿Cómo entonces también hay seguidores de otras generaciones que anteceden a esta? Mi opinión: porque es la figura que les ha permitido crear un lazo común como ejercicio de acercamiento generacional y entendimiento. Abuelo, tia, suegro, padrastro, etc., todos aprovechan ese acercamiento para entenderse, hablar y tener tolerancia. O, como respuesta pueden pensar que para cada gusto, hay colores.

Y no, no me gustan sus letras que denigran a la mujer o resaltan el cavernícola machismo. Pero tampoco soy quién para censurar o embrutecidamente decir, la juventud de ahora no sirve. Eso sería la aceptación de que mi generación ha fracasado como modelo de enseñanza hacia la actual.

“Del hocico hasta el rabito”

Esa es la frase de mercadeo bajo una señal de cerveza en una pintoresca lechonera en Guavate, PR. Y es que el que quiera conocer de corazón adentro como vive la cultura el puertorriqueño, tiene una visita obligada a Guavate.

Conozco el sector desde niña, pues era la ruta obligada para visitar el pueblo de Patillas, lugar de origen de mi padre. Los domingos había que madrugar y montarse en el carro para el largo viaje a través de las montañas y curvas serpenteantes que unen el norte y el sureste del país. En ese entonces nada sabía de apreciar los paisajes, los lugares y vistas que se presentaban a través del cristal del carro.

Lo que si recuerdo con mucho cariño son los juegos que inventábamos para entretenernos y a la vez retar la imaginación y el lenguaje. Un veo, veo, ¿Qué ves?, una cosita, ¿con qué letrecita?, con la letrecita … y ahí llegaba la risa, después las peleas por las trampas que hacíamos, etc. O el reto de leer los carteles antes de que el automóvil pasara de largo y nos impidiera conocer lo que decía, tal vez por eso desarrolle la lectura veloz que aun practico.

Había una rutina que seguir. Primero transitar parte de la carretera número 1, entrar por el Barrio Borinquen, subir por la carretera #  1, llegar a casa de Cundo. Cundo era el mejor “lechonero”, o sea asador de lechón, que existía en toda la ruta. Si por razones ajenas no llegábamos antes de las 10 AM, nos teníamos que ir con solo el olor de las brasas en nuestras narices y la conformidad de llenarnos la tripa con otro lechón no “cundero”. Esa era una de las razones por las que debíamos madrugar los domingos patillenses.

En esa época, se apiñaban varias lechoneras, aunque no tantas como las que existen ahora. Había música, vendedores de chucherías, turistas y se entremezclaban los visitantes con los locales en un intercambio de voces y diálogos sobre lo que ocurría en el país. Pocos eran los lugares que tenían baile y si lo tenían, eran más cercano a boleros y música “de campo”.

Todo evoluciona y Guavate también ha cambiado. Una visita al lugar ahora presenta la compleja decisión de dónde comerse el mejor lechón a la vara. De cómo evadir, no ya la vellonera, sino el escándalo de lo que llamamos “raspa palos”, por no tener grabado un disco o no sonar en la radio. El elegir entre un lugar con o sin música, con bailarines o sin ellos, las cervezas más frías y el ambiente familiar que promocionan los carteles.

Ahora a Guavate se va de chinchorreo, en “party bus”, en caravana. A pasarla bien, a disfrutar con la alegría contagiosa de los que van a buscar su ratito de diversión bailando, compartiendo, despojándose de recatos y liberando la “vena” de artista anónimo para tener su momento de gloria. A Guavate se va todo el año, porque allí es donde se palpa nuestra manera de ser como puertorriqueños y las divisiones de clase ni se palpan. Así que, si quieres saber lo que es Puerto Rico en su esencia, no dejes de ir a las lechoneras de Guavate, no importa la época del año, si te quedas en el viejo San Juan ¡no sabrás lo que te estás perdiendo!

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