Y ahora, ¿qué iba a hacer? Le acababan de informar de su nuevo estatus de “viuda”. (Entre comillas, porque en esta ocasión, legalmente nunca firmó papel alguno). Su medio limón, por los últimos 21 años, había dejado de respirar, camino al hospital. Se le nubló el pensamiento; hacía solo unos minutos que habían llegado de las compras de temporada. Había sido un día como otro más, tranquilo, de consenso, no sin antes haber tenido la obligada discusión de cuál regalo convenía más para la suegra, su cuñada, etc. Él solo le llegó a comentar que sentía un gran apretón en el pecho y ¡pacatum!, cayó al piso.
Hecha un manojo de nervios ante el espectáculo de muecas y temblores que provenían de su amorcito, logró marcar el 911 y pedir una ambulancia. A los veinticinco minutos, los paramédicos lo estaban atendiendo y dándole los primeros auxilios. Se lo llevaron de prisa, acompañados por el ulular de la sirena. Le pidió a la vecina que la llevara al hospital, pues los nervios no le permitían guiar y traicionaban sus movimientos. Ya estaba acostumbrada a que su coparticipe en la toma de decisiones fuese quien siempre manejase. Al llegar al hospital, la estaban esperando para informarle de su nuevo estatus, acababa de convertirse en “viuda” (por “segunda vez”).
El estatus para ella era lo de menos, en ese momento. Ya se lo había ganado con su primer y único marido, que era treinta años mayor que ella. Lo había conocido cuando ella apenas tenía 20 años. Quedó deslumbrada ante ese hombre que le acababan de presentar, en el evento benéfico para el nuevo albergue de animales que iban a desarrollar en su pueblo natal de Las Marías. Alejandro la había conquistado con su palabrería, (cubano de nacimiento) su aparente internacionalidad, su manejo de temas de conversación, su olor a Brut combinado con el de Irish Spring, todo ello le pareció suficiente para dedicarle su atención toda la noche.
Ella, que solo conocía ese pueblo chico de campanario grande, se dejó llevar y terminó casándose con ese hombre-artista-macharrán-labioso- con ínfulas de mundano. Así transcurrió su vida por espacio de más de veinte años: fiestas, entrevistas, galas, glamorosas cenas y conductas dominadas. Cada vez que sentía que su vida se estancaba, él le complacía su capricho del momento. Discurría su vida de casada, de mujer de personaje famoso, entre atender a su ex idolatrado marido y la crianza de sus dos hijos. La unión duró hasta que se cansó de tener que esperar que en las noches la pastillita azul hiciera su efecto, para calmar esas hormonas que se revolucionaron en su medio siglo de vida.
Necesitaba encontrar un nuevo sentido a su vida. Pidió el divorcio y de forma involuntaria pasó a ser portada de revistas de farándula. Después de protagonizar el escándalo temporero de su contencioso divorcio, inicio su etapa de mujer divorciada y así fue como al cabo de dos años conoció a su adorado tormento, Samuel Arias Marcano, Jr.
Nuevamente quedó deslumbrada con la labia, las historias, los galanteos y los paseos que compartía con ella. A los 9 meses ya estaba planificando el bodorrio. Definitivamente no había nacido para vivir sola. Esta vez iba a ser un poco diferente, su nuevo galán, aunque vestía impecable, era de escaso bolsillo, sin cheles, un “pelao” de gustos caros. A estas alturas de su vida eso pasaba a un segundo plano. Con la casa salda y el auto que había logrado en su divorcio, y su trabajo como ayudante de terapeuta, le alcanzaba para llevar una vida digna, aunque limitada en lujos y gastos no presupuestados. Entendía que, con el trabajo de su futuro esposo, chofer de carros importados para el dealer Auto Boutique, les alcanzaría para tener al menos una vida más holgada.
Planificó cada detalle de su nuevo compromiso, hasta le prestó el dinero para la sortija a su estrenado novio, en lo que le pagaban un bono de trabajo que le debían, según él le explicó. Escogió el lugar, la música, la comida, los padrinos y el juez que los casaría. Fijaron la fecha y repartieron invitaciones a granel. Su intención era que el país se enterara que de nuevo se casaría.
Una semana antes del evento, supo del estatus de Victorino, su ahora prometido: estaba casado todavía, su esposa no le había firmado los papeles del divorcio.
Pensó que le iba a dar in sincope, eso no lo había visto venir. Ya llevaban meses conviviendo y durmiendo en su casa, él se había mudado con ella. Después de lágrimas, gritos y pataleos, se sentaron a pensar cómo solucionar la situación. Definitivamente, no podían casarse, por lo menos por ahora, hasta que se diera el divorcio y pasara el tiempo necesario para que a él no lo acusaran de adulterio. ¿Qué iban a hacer con todos los planes y lo que ya estaba comprometido? ¿Qué iba a decir la gente que la conocía? Ya se imaginaba los titulares faranduleros alimentando el morbo de sus lectores y a estos burlándose del papelón que le había tocado.
No, no, no. No iba a permitir que eso sucediera. Seguiría adelante, según planificado. Lo primero que hizo fue llamar al juez para notificarle que el casamiento se posponía, sin dar razones ni detalles. Total, al juez le pagaban si ofrecía sus servicios.
Ambos acordaron cumplir con sus planes y llegar a la ceremonia de celebración agarraditos de la mano, contentos y esperaban bailarse hasta el último número que tocara la orquesta. Les dirían a los invitados que oficiaron el casamiento en privado con el juez, durante esa mañana.
Fue una celebración espectacular, los novios felices, los invitados encantados y continuos en sus elogios para los recién casados. Entre estos últimos se había colado un ex enamorado, con el que pudo bailar un par de piezas y momentáneamente sentirse deseada por dos hombres a la vez, aunque el sentimiento fuera solo en su imaginación cincuentona. Lo que ni se imaginaba ella era que ya de madrugada su recién estrenado consorte, se le escabulliría para seguir la rumba de bar en bar, pero “soleado”, sin ella. Así que su primera noche ya “casada” la pasó desvelada, llorando y con calentura pasmada.
Le regresó ese vacío, ese sentimiento de soledad absoluta y la invadió la incertidumbre de qué sería de su vida, sin un hombre a su lado. Cerró los ojos y comenzó su proceso de identificar dónde podría encontrar nuevamente quien la completara.
mayo 2025
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