Lo confieso, tengo problemas con los acrónimos. Problemas serios. Me resulta casi imposible descifrarlos y más sin son en inglés.
Los idiomas siempre están en transformación, pues nosotros, los usuarios, somos los que determinamos cómo nombrar lo existente. Pero esto del uso “normal”, diario, constante, de los acrónimos puede provocar la duda intelectual y hasta la alteración de la proyección facial de cualquier hablante. A mi tal vez más, no porque esté dentro del purismo del idioma, pero sí porque dentro de la educación “bancaria” que recibí, me enseñaron que las abreviaturas eran o debían ser universales. Tengo claro que abreviatura y acrónimo no son lo mismo, pero se entrecruzan y bailan ante nuestra lectura y audición, con una comparsa natural, que nos hace poner cara de ignorantes o peor, para quedar bien, afirmar que sabemos lo que significan, por aquello de estar a tono con la palabra del “momento”.
OPD, OBT, CRM, TQM, ETS, MA, etc., son solo algunos de los que he tenido que descifrar en este nuevo territorio que escogí para vivir. Mi ignorancia se vuelve más aguda, cuando me los envían en ¡mensaje de texto! Todavía no logro descifrar algunos de ellos y opto por ignorarlos.
Definitivamente, añoro las notas o mensajes escritos a puño y letra, como antes, aunque estén llenos de errores ortográficos como fue el que me dejó un enamorado en el cristal del carro en una ocasión: “Mi amol, vine a dalte una solpresa”. Al menos era entendible y no dejaba lugar a dudas de su intención, muy diferente a t.q.m., que puede ser “te quiero mucho”, “te quiero matar” o hasta “te quejas mucho”, ¿no creen?
PD. El enamorado pasó a la historia, un poco parecido a lo que hizo la protagonista del cuento Ortografía, de Ángeles Mastretta, con su marido. Léanlo y se enteraran.
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