Me enteré de la muerte de Rosario Ferré, por una nota publicada por una colega en su página de Facebook. Inmediatamente busqué información sobre su deceso en el web de un periódico del país, para conocer más detalles. Sólo encontré ese día una nota simple, en donde se expresaba la causa y el lugar de su deceso.
Al día siguiente aparecía la noticia de la muerte de Harper Lee y posteriormente, la de Umberto Eco. Tres, en total, tres fallecimientos de escritores que trascendieron su geografía y se dieron a conocer globalmente por sus aportaciones literarias. No sé por qué, pero para mí siempre este fenómeno al que le llaman muerte ocurre en trilogías entre almas que tienen elementos comunes. Pero ese no es el tema, así que termino y paso a lo que me ocupa en este escrito.
Conocí a Rosario Ferré a través de su obra amplia. Me enamoré desde un principio de la fuerza de su mensaje, detrás de la sutileza de la acción de sus personajes. El país también conoce la controversia que causó una publicación de Rosario en la prensa del país, en donde abogaba por la estadidad como alternativa al estatus político de Puerto Rico. ¡Como dirían en buen puertorriqueño, “le cayeron chinches!”. Sin embargo, como todo, pasó la revuelta y la autora continuó escribiendo y publicando.
Me pregunto, ¿qué hubiera pasado si no hubiese sido hija de quien fue? ¿Cómo la hubiese recibido el mundo literario del país? Nadie selecciona la familia a la que pertenecemos, nacemos y ya, de por vida estamos atados a la “estirpe”. A Rosario le tocó pertenecer a una de las familias prestigiosas del país y llevar su apellido hasta la muerte.
De todas sus obras, a la que mayor interés le puse fue a Maldito Amor, que desde su publicación provocó controversias en cuanto a la categoría de género que debía pertenecer. Esta producción literaria refleja una parte de como tejemos las historias los puertorriqueños. Realmente somos buenos enmarañando historias, madejando sucesos, adornando eventos, magnificando trivialidades.
La muerte de Rosario pasó casi inadvertida, despacito, privadamente, como era ella. Lo que el país no debe nunca olvidar es su gran aportación a las letras puertorriqueñas y como trascendió este pedacito de tierra para enseñarle al mundo cómo somos, y la magnitud que podemos alcanzar con nuestras creaciones literarias. La autora permanecerá para nuestra historia literaria y confío en que, en algún momento, en alguna institución universitaria se ofrecerá un curso de cátedra basado en su producción literaria.
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