Conocí a Edna hace más de 25 años. Yo era profesora y ella estudiante principiante de la universidad. Vivaracha, cariñosa, clarividente y extremadamente buena. Fue a la universidad, reclutada por alguien que la incluyo en los números que tenía que hacer ese semestre para cumplir con la cuota de sus admisiones.
Ella comenzó a estudiar, pero no avanzaba en su carrera. No lograba cumplir con las exigencias de los cursos y la universidad. Un día nos encontramos y hablamos de lo que ella quería realmente hacer con su vida y lo que era alcanzable dentro de sus limitaciones. Desconozco si tenía algún diagnóstico, nunca le pregunté. No hacía falta, para mí era evidente que sí tenía algún “problema” que algún experto en procesos de aprendizaje podía identificar, yo no.
Lo que sí estoy segura es de que era muy lista y por lo menos no se dejaba embobar o engañar por nadie. Eso le permitió tener una vida digna. Llegó a conseguir empleo y con ello se sostuvo hasta el final.
Edna siempre estuvo presente en mi vida, desde el momento en que la conocí. Al principio iba a mi casa a plancharme la ropa y de quien entonces era mi marido. Lo hacía con una perfección envidiable, en ningún “laundry” la podían igualar. Se esmeraba. Y mientras planchaba, hablaba. Me contaba de todo y de todos. También me daba consejos y cuando llegaba el momento de predecir, ahí me provocaba temor y risa. Nunca supe como adivinaba, pero la pegaba al analizar mis problemas o situaciones. Siempre terminaba diciéndome que todo iba a estar bien y que no perdiera mi fe, (además de recomendarme la compra de mis velitas y hacer mis oraciones a los correspondientes santos y ángeles).
Nos reuníamos en épocas especiales como Navidad o cumpleaños. Compartíamos y nos contábamos lo que había ocurrido entre esos meses sin vernos. A veces me dirigía a Guayama y sin haberle avisado, cuando iba de camino, entraba una llamada de Edna. Me asustaba, me preguntaba, ¿cómo sabía que iba de camino? Era bruja, pero de las buenas.
Fui a verla, estaba moribunda, pero aun así, pensando en los demás. Me pidió que llevara a su hermana a comprar algo de comer, pues estaba desde el día anterior con ella en el hospital. Fuimos y dialogamos sobre el estado de Edna. Ya no podía hacer nada por ella, lo único que nos quedaba era rezar. Salí de allí sabiendo que ya no la volvería a ver, al menos físicamente.
El tercer día del nuevo año, murió. No pude ir a su entierro, pero le oré y pedí que su alma estuviera en paz, era un ser humano bueno, limpio de corazón y sin maldad. Días después me llamó su hermana para contarme del velorio, Edna todo lo había dispuesto y planificado, no dejó carga para nadie. Pero lo que más me sorprendió fue que en esa llamada, su hermana me dijera que agradecía la oración realizada para Edna. ¿Cómo supo de esa oración? No lo sé. O quizás debo pensar, que desde otro lugar mi amiga Edna, sonrió y se dio cuenta de lo mucho que todos la queríamos y lo que significó en nuestras vidas. Nunca será olvidada, por mi parte y como ella decía al despedirse: “los vemos”, muy pronto amiga querida.
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