Hoy me anuncia el médico: “Todavía no, hay que tener otro ciclo de quimioterapias.”
¿Realmente qué significa esto?
Para mí, un Pare, no planifiques. ¿Por qué? Porque toda actividad va a girar a un calendario impuesto por mi enfermera y la disponibilidad del centro de infusión. Además de la respuesta que tenga el cuerpo al veneno que se utiliza para matar a las inquilinas que se instalaron sin invitación en áreas que nunca fueron bienvenidas.
El cáncer es la epidemia del siglo XXI, por si no nos hemos dado cuenta. Está en todos lados y en todos. A pesar de los estudios, aún no se ha dado con la cura definitiva; se continúa ensayando. Unos han muerto en el intento de sanación, otros continuamos aferrados a las esperanzas que nos dan la ciencia, la medicina y Dios.
Los días de tratamiento caigo en conciencia de la cantidad de personas pacientes de cáncer y de la indiscriminación de esta condición (no es enfermedad). Hay gente de todas las edades, razas, condición social y género. Ante este panorama, continuamente me pregunto: ¿por qué somos tantos? ¿por qué no se encuentra la causa o qué lo provoca? ¿cómo es posible que haya bebés víctimas del cáncer, apenas comenzando a vivir? Los cuestionamientos son innumerables; ninguno tiene una respuesta clara o convincente.
En las sesiones de quimioterapia, se intercambian miradas, empatías, suspiros y esperanzas. Dos sesiones atrás conocí a Mrs. H. Le puse ese nombre por ser de Haití. Tendrá entre 70-80 años. Le acompañaba su hijo, quien vino desde Georgia para estar con ella en su sesión del día. Me contó un poco sobre su país y lo agradecida que estaba de estar acá, pues podía atender su condición con expertos en salud. Con melancolía también me dejó saber que no tenía posibilidades de regresar a su país, por dos razones: su salud y la situación precaria que allí se vive. Mrs. H sabe que el resto de sus días serán aquí, en territorio ajeno. Habla perfecto español, inglés y creole. A mí siempre me habla en español, para practicarlo, según me dice. La segunda ocasión en que nos vimos, estaba sola. Su hijo ya se había ido. Al igual que el día en que la conocí, estaba calmada, tranquila, lista para el proceso de conectarse a la prolongación de vida que da la infusión, pero esta vez sin compañía.
Ambas compartimos un calendario, que marca los días que no son nuestros, destinados a intercambiar un capítulo de vida marcado por la solidaridad que provoca una condición que nunca pensamos iba a llegar.
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