Creo que por dos días se me ha borrado la sonrisa. Me siento horrible y por más que lo intente, ni me reconozco en el espejo. ¿Cómo es posible que se pueda cambiar tanto en un lapso de meses y que lo provoque un grupo de células cancerosas que aparecieron sin invitación y sin causa justificada encontrada?
La vida cambia en un segundo, las prioridades se trastocan y los sueños se convierten en niebla por instantes. Cuando eso ocurre, es inevitable enfocarse en que hay otros en peores circunstancias. Eso nos ayuda a reenfocarnos en las bendiciones recibidas y que poseemos. Nos obliga a mirarnos por dentro, a sacar fuerzas de lo más profundo y seguir adelante con la vida que tenemos ante cada amanecer.
Hay días de hastío, de monotonía, de coraje y frustración. Pero también hay esperanza, propósito y aprendizaje. Las pesadillas culminan, tienen fin. Cuando llega ese final, nos embarga nuevamente la alegría y respiramos a profundidad, agradeciendo que ya culminó y que nuevos pretextos se presentarán para seguir viviendo.
Cada día me reafirmo: “Estoy en la recta final”.
Enero 2019
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