Las mudanzas ya son parte de mi rutina. Las veo como un “refresh” y una forma de sacudirme el hastío y la monotonía que puede producirnos el día a día común. He perdido la cuenta de cuántas veces las he realizado, pero nunca he olvidado los lugares donde he vivido y a quienes he conocido.
En la vida de todos al menos debe de experimentarse el tipo de vivienda que se acomode a los momentos que nos toca vivir, o al menos eso creemos algunos: un apartamento de soltera, una casa para cuando crece la familia y nuevamente otro apartamento cuando vamos envejeciendo, por aquello de tener menos que limpiar y de paso dedicar mayor tiempo a lo que es realmente importante siempre, pero que lo posponemos por inversión involuntaria de prioridades, vivir.
Estoy en la vivienda de recogimiento y esencialidades: cocina, sala-comedor, un baño, laundry y dos habitaciones por obligación (hasta que el hijo de mis entrañas entienda que tiene que independizarse y dejarme hacer lo que realmente me dé la gana con mi vida, todavía y próximo a cumplir 24, vive conmigo 😩).
Eso fue un desahogo, ahora voy a lo que quiero compartir 😉.
En este nuevo espacio la construcción es de madera y gypsum board. Todo lo que hace quien vive arriba, lo escucho o lo puedo imaginar. Al principio, me pregunté si había sido buena idea quedarme en un primer piso y ahorrarme las escaleras, especialmente cuando llego cargada de paquetes y bultos. Lo cierto es que quien habita arriba a veces se olvida que convive con alguien abajo; es decir su piso es mi techo.
Durante las primeras semanas, el trajín de arriba me parecía aceptable; después de todo de una forma u otra los ruidos mermaban o desaparecían durante periodos bastante largos. Pero, llegó una madrugada en que interrumpió mi sueño, el escándalo que protagonizaba la inquilina de arriba (llegue a saber que era mujer y asistente de vuelo, por casualidad un día). La muy maldita, sin encomendarse a nadie, tenía un escándalo a las 2 AM, producto de su torrentoso revolcón con su visitante tempranero o nocturnal, que evidenciaba lo bien que la estaban pasando.
Es por eso que voy a proponer una ley que proteja a los inquilinos de un primer piso para que, como requisito para vivir en un segundo piso, se prohíban las visitas, estadías o alojamiento temporero a toda aquella persona que llegue con la intención de sucumbir a los deseos carnales (o sea tener intención de ¡sexo!!!), para que no torturen a los que vivimos abajo y por elección hemos decidido mantenernos en castidad ¡hasta nuevo aviso! (o nuevo compañero), .
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