A mi nieto Milán

Andabas en espíritu
revoloteando por ahí,
buscando en la tierra
a quien le ibas a llenar su existir.


Te topaste en tus andanzas
con este espacio terrenal
y pediste permiso
para visitarlo y convertirlo en hogar.


Completaste nuestro círculo,
traes alegría, amor, felicidad.

Te recibiremos con gran algarabía,
pues llenarás las plazas que tenían dispuestas
mamá, papá, hermano, abuelos, bisabuelos y un sinfín más.


Nos invade las inmensas ansias
de tenerte, conocerte, mimarte y quererte;
parece lento el pasar de los días, pero ¡qué va!


Te has tomado tu tiempo,
para llenar de luz nuestras vidas.
Pronto te diremos:

¡Bienvenido a casa, Milán!

Síndrome de Hansel y Gretel

En mi familia se instaló la costumbre de colocar sobrenombres o expresiones a situaciones cotidianas, personas o lugares. Algunos como “la puñalá de Conan” (creo que se ha generalizado bastante y muchos ya saben lo que significa 😊), “pollo praco” (apodo que le puso mi madre a un enamorado que tuve y que ella se encargo de espantarlo, incluso ahora que lo pienso- bastante feo que era), “bostonfrontonmaravilla” (en referencia a esos peinados elaborados al estilo Marge Simpson), entre otros, incluyendo el que uso de título aquí.

Este síndrome alude al cuento infantil en donde dos hermanitos son raptados por una malvada bruja que se vale de la trampa de poner migas en el sendero boscoso que lleva a su guarida. Los niños van levantando y comiendo las migas hasta ser atrapados por la bruja malvada.

En nuestra familia adoptamos la expresión del Síndrome de Hansel y Gretel a raíz de un suceso que hemos experimentado en diversas ocasiones. Por alguna, o varias razones, los zapatos que pasan mucho tiempo en el closet (sin usarse) al ver la luz nuevamente les aqueja el mal de la desintegración. Eso me acaba de pasar por segunda vez en estos días. Estuve varios meses sin utilizar algunos de mis zapatos usuales y algunos debido a que cambié totalmente las tacas por la comodidad (y ya esto no es negociable- ¡no puedo con los tacos!).

Unos días atrás se me ocurrió desempolvar unos que eran super cómodos y con un taquito ancho y de escasa pulgada y media, para asistir a mi trabajo. Además, eran cerrados y me iban a proteger del frio poco usual que hacia esa tarde. Me los puse con medias y salí como si estuviera estrenando zapatos nuevos. Llegué a mi trabajo, caminé por el campus, y realicé varias gestiones pendientes en la oficina. Llegó la hora de la clase y me presente al salón.

Al cabo de dos horas, puse a mis estudiantes a trabajar en unos ejercicios y me senté a moderar la sesión. Me miré los zapatos y me percaté de que se les había ido desprendiendo poco a poco la cubierta negra que tenían y se había formado una línea abierta en la parte correspondiente al doblez que se hace al flexionar el pie. ¡Que horror! ¡se me estaban deshaciendo los zapaticos! Al levantar la vista, lo primero que hice fue buscar a ver si alguien estaba mirando mis zapatos y luego recorrí con la vista la ruta hacia la puerta con la intención de ver si quedaban evidencias del desmoronamiento de mis zapatos. No había nada, por lo menos dentro del salón.

 Imagínese todos los sentimientos que se agolpan en un momento como este. Terminó el tiempo asignado a la tarea de mis estudiantes, pasamos a la discusión de los resultados y yo por dentro rezando que nadie mas se diera cuenta de mis ingratos zapatos. Ingratos, sí, pues los había limpiado y sacado a pasear esa tarde y ellos en respuesta comenzaron un proceso de desintegración.

Al terminar, me monté en el carro y de camino a casa ganas no me faltaron de tirarlos por la ventana y abandonarlos en el camino. No lo hice. En cambio, llegué a mi casa, los retraté y les dediqué esta columna. Así les doy un entierro a la altura que se merecen por su servicio y por el costo que pagué por ellos en Macy’s.

Voy a cambiar de profesión

Sí, a mis 60 años me acabo de dar cuenta que he perdido mi tiempo leyendo, estudiando, aprendiendo cultura, viajando y cumpliendo con los estándares sociales. Un poco tarde, ¿no?

Un querido amigo publicó la presentación de San Benito en una de las premiaciones famosas para la música, no me acuerdo del nombre, ¡son tantas! Ya saben todos los “likes” que recibió, recibe y recibirá la publicación. Para validar lo que la mayoría dijo, vi el video. Y eso fue lo que validó mi deseo de cambio.

Los productos fabricados en Puerto Rico se van apoderando del mundo. Ya en otra publicación hablé de BB, no voy a repetir lo que ahí está. Observando el video caí irremediablemente en la separación de lo que es música, talento y voz, vs. la presentación del trapero. Pienso igual que ayer: BB es un producto fabricado. Ahí no hay voz, musicalidad, menos vocabulario. Me comentó una amiga que una periodista española definió el estilo del trapero como “el tipo que canta bostezando” y me parece muy acertada su apreciación.

Talento sí hay. Expone frases de la vida cotidiana, del diario vivir, escoge su ritmo y ¡pum!, la pega. Lo que encendió a los asistentes fue la música, el conjunto de bailarines y saltarines, el colorido del vestuario, la mezcla de ritmos caribeños y quizás hasta las palabras soeces utilizadas, las cuales son su estandarte y con las que siempre cierra su espectáculo, como corolario de sus emociones al notar que es capaz de exponer lo que le dé la real gana sin ser censurado.

Los boricuas que vemos lo que se presentó, nos emocionamos porque la vena patria se nos infla al ver que otro boricua es capaz de revolucionar las masas con nuestros ritmos y pisar escenarios que parecían inalcanzables, aunque sea con trapería (la RAE lo define).

Me simpatiza este joven, ya tiene su vida resuelta desde el punto de vista económico y social (dinero y aceptación). Incluso me ha dado una gran idea. Voy a reunir al mejor músico de cada instrumento, para mi orquesta. Desempolvaré mis insulsos poemas y los convertiré en canciones. Haré un par de “demos” y los enviaré a varias disqueras. Espero tener suerte y que no se den cuenta de mi desatino. Una vez me haga famosa, mandaré al carajo al que me joda y gritaré ¡Puñeta!, a viva voz sin ser censurada. Es todo.