Viejitud

Estoy ebria,
de amor, de locura,
¿Y por qué no?, de sexo.

¿Quién dijo que en la vejez no siento?
Se equivoca, es cuando mas palpito y me estremezco.

¡Qué equivocadas estamos!

Es ahora cuando estamos listas,
para enfrentar desafíos y quebrantos,
pues ya no debemos sentir vergüenza de equivocarnos.


Adentros

Adoro el silencio, 
ese que me permite ver mis adentros.

El que me abre las puertas de mi inconsciente
y me enfrenta a ese yo verdadero.

Esos atesorados y solitarios aterradores momentos 
que me devuelven la capacidad de ver mis adentros.

Sueño durante ellos,
elevo el espíritu y me veo, fuerte, impetuosa, gloriosa. 

¡Que vivan la soledad y el silencio!,
maestros para ese encuentro con lo que soy, fui y seré. 

Reflexión sobre Don’t say gay

Hace ya varias semanas los medios de comunicación han estado reseñando información sobre la recién controversial y aprobada ley del estado de la Florida, conocida en inglés como “Don’t say gay”. Al referirme a reseñar, hablo de comunicar las diversas posturas que ha generado la ley, sobre todo en los grupos que se oponen a la misma.

Al buscar el texto de la ley, se identifica el párrafo que ha generado toda la controversia y cito textualmente en el idioma en que fue redactado (las traducciones podrían desvirtuar lo que se origina en un idioma):

“Classroom instruction by school personnel or third parties on sexual orientation or gender identity may not occur in kindergarten through grade 3 or in a manner that is not age-appropriate or developmentally appropriate for students in accordance with state standards”. (The Florida Senate, 2022)

Cómo es que surge el “Dont say gay”, admito mi total ignorancia en esto. Pero esto no me limita a compartir esta opinión, cuyo fin es básicamente la exhortación para huir de los extremos y reflexionar sobre nuestros avances y retrocesos en temas que siempre nos acompañan socialmente y que históricamente han sido catalogados como controversiales, aunque sean inherentes a nuestra naturaleza humana, como lo es la sexualidad; además de poner sobre la mesa esa expresión que habla de “la fuerza de las palabras”.

Cuando leemos el documento generado, vemos que tiene mayor contenido y propone enmiendas a otros proyectos de ley. Sin embargo, el párrafo citado es el que genera toda la controversia y más aun las palabras que se utilizan para nombrar la aprobada ley. Como lingüista, siempre he creído en la fuerza que tienen las palabras en la vida del ser humano. En este caso, el comienzo con el “Don’t”, implica prohibición. No digas “gay” como cambio en ley pone en el ojo público el vocablo “gay” y hasta nos hace cuestionar si es una palabra prohibida, obscena o como diría un ingenuo niño: “una mala palabra”. Hay que ir a la historia, al origen y desarrollo del término y cómo en pleno siglo XXI todavía nos arropa la ignorancia y repetimos como papagayos, sin analizar ni cuestionar. Pero mas allá de la discusión sobre el vocablo, esta el razonamiento sobre el contenido expuesto en esa parte de la ley. Ya lo han expresado en los foros, se presta para múltiples interpretaciones. De mi parte, provoca muchos cuestionamientos, que me abruman y me demuestran lo poco que hemos adelantado en conocimientos, tolerancia y aceptación.

¿Es la escuela el único organismo social que nos debe enseñar sobre sexualidad humana, género, identidad, entre otros temas importantes y necesarios para entendernos como entes sociales? ¿Cómo vamos a dialogar sobre las múltiples composiciones familiares que existen? ¿Dónde queda la compatibilidad entre lo propuesto y la promoción de equidad e inclusión en el ámbito educativo? ¿Cuándo vamos a entender que educar y adoctrinar son procesos muy diferentes? ¿Vamos a seguir negando la realidad social en que vivimos? ¿Continuaremos la represión de las preguntas de nuestros educandos cuando tengan genuina curiosidad en torno al mundo que vivimos? Son muchas las preguntas, son muchos los cuestionamientos. En un algún momento escuché o me topé con estas palabras, válidas, certeras en el contexto de esta reflexión: De lo que no se habla, no existe, Lo que no existe, se margina (desconozco su autor u origen).

Referencias:

“The Florida Senate.” House Bill 1557 (2022) – The Florida Senate, https://www.flsenate.gov/Session/Bill/2022/1557.

“Gay.” Elcastellano.org, https://www.elcastellano.org/palabra/gay.

Marzo 31, 2022

Yo no quiero ser princesa

Yo no quiero ser princesa, 
tampoco mujer malvada
en un cuento de hadas., 
Solo quiero ser vivencias diarias
que muestren la esencia de mi alma.
Yo no quiero ser una -a al final de una palabra,
de un adjetivo que intenta atrapar mi identidad diaria
tampoco el reflejo de debilidad encarnada.
Aspiro a ser alma, vida, pasión y enseñanza.
Ser habitante de lugares reales, entre caminos,
riachuelos, mar y montañas.
Yo no quiero ser princesa, 
quiero Ser, a quien la existencia clama, sacude y alcanza. 
Complemento de fauna.

Marzo 31, 2022

KEITH

Estaba sentada como siempre frente a la televisión, solo para escucharla, pues apenas levantaba la vista para ver las imágenes sucesivas que presentaban en el aparato. Era una costumbre adquirida ante la soledad de esa casa. La tele me hacía sentir acompañada. Levanté la vista solo un momento y ahí estaba, el chico joven, rabiosamente rubio, con manos esposadas a su espalda y a pesar de la mascarilla, reconocible para mí. Lo acompañaba el personal de rigor en estos casos, alguaciles, policías y uno que otro agente del orden, no uniformado.

De momento dudé si realmente era él y tuve que esperar la repetición de la noticia en el horario nocturno, para validar su veracidad. Keith, había sido arrestado bajo la acusación de cometer crimen de odio. Aquel niño dulce, cariñoso, tímido y siempre hambriento, alegadamente se había convertido en un delincuente. Se me revolvieron las entrañas, no lo podía procesar. ¿Qué había pasado en el transcurso de los años sin saber de él?

Golpeó mi memoria las veces que lo senté a la mesa y para desayunar siempre me pedía “pancakes with blueberries, ¡please!”, a lo que nunca podía negarme. Había llegado como compañero de juegos de Andresiro, mi hijo, durante sus visitas al parque de enfrente. No hablaba español, pero eso no le impidió sentirse en confianza a medida que pasaban los días. Era un niño hermoso, con ojos azul cielo, tierno y con una timidez provocada por lo que vivía en su casa. Deduje su situación después de recibir una noche a sus padres que iban a recogerlo, luego de haber transcurrido más de cinco horas jugando en casa. Al ver que lo venían a buscar, su semblante cambiaba, de alegre a triste y arrastrando sus pies abandonaba mi casa.

Poco a poco descubrí que tenía una hermanita, con necesidades especiales, menor que él. Por su ropa y falta de higiene, percibí su pobreza. Varias veces salió con prendas de ropa que le regalaba y una que otro detalle para su hermanita. Cuando recibía dulces o galletas, siempre separaba una porción para su hermana.

Empezó a quedarse en casa desde la noche en que tuvimos que llevar a sus padres y hermana a un refugio a media hora de donde vivían, Era pleno invierno y habían sido desalojados de su vivienda por falta de pago. No tenían donde quedarse y nosotros no teníamos espacio para ellos, pues la casa también era pequeña. Pasaron los meses y Keith ya era parte de la familia. Cuando tuvimos que mudarnos a otro lugar, su madre nos pidió que nos lo lleváramos, pues el niño se había encariñado con nosotros y ella sabía que estaría mejor. Ese ofrecimiento no lo esperábamos y de repente no supimos qué contestar. Luego de esos análisis exhaustivos que llevamos a cabo los que nos llamamos seres pensantes (que no es otra cosa que cuestionarnos todo, hasta que encontramos la razón justa para negarnos ante lo que nos compromete aún más), la decisión fue declinar llevarnos al niño. Confieso que pesó más la razón que la emoción y así fue como nos despedimos de él. No supimos más, qué había pasado con él y el resto de su familia, hasta ahora, que regresa como imagen presente de un pasado casi olvidado.

Busqué información sobre a dónde lo habían llevado y fui a verle. Obviamente, no me reconoció en primera instancia, yo también había cambiado físicamente y él era apenas un niño de 6 años cuando dejamos de vernos. Le hablé de Andrés, del parque y terminé mencionándole los “pancakes with blueberries”. Al hacerlo, su cara se iluminó momentáneamente, un brillo fugaz ocupó su mirada y me devolvió una cálida y corta sonrisa. Recordaba, pero desde un lugar muy profundo en su memoria. Bajó su cabeza y comenzó a hablar sobre cómo había terminado allí. Sus padres murieron por sobredosis, su hermana estaba en alguna institución del estado; había perdido contacto con ella. Él había pasado por varios hogares de crianza, hasta su mayoría de edad. Delinquió por necesidad, no porque quería hacerlo. Esta última vez, había agredido a un inmigrante, porque sí, porque quiso, porque no le perdonó a la vida la ausencia de oportunidad de pertenecer a una familia, aunque fuera de mentira. Me pregunto, ¿había otra vida para Keith?

La bibliotecaria

La pandemia le estaba cambiando el escenario. Esa directriz de trabajar desde la casa le ponía su vida patas arriba. Su rutina estaba destrozada, sin ella poder hacer nada para detenerla, conservarla. Así se le trastocó la vida a Emilia, la callada, modosita y sobria bibliotecaria de la uni.

Cada día se levantaba al rayar el sol, caminaba hasta el baño arrastrando los pies y metía su redondo cuerpo bajo el agua fría, para que la terminara de despertar. Luego a lavarse los dientes, secar su cabello, vestirse siempre con su oscura ropa y pasar a desayunar cualquier cosa que le llenara su panza y la sostuviera hasta la hora de almorzar. Tomaba el tren y al sentarse en él, metía su cara “espejuelada” en el libro de turno. La misma rutina cada día para presentarse en su monótono trabajo. En sus ocho horas de rendimiento laboral atendía estudiantes, facultad y una que otra visita que llegaba para romper esa monotonía y ponerla a trabajar demás.

Pero, llegó la pandemia y todo lo que se coló con ella. El primer día realizó la misma rutina, cual si fuera a salir al trabajo, excepto que no abandonó la casa. Se conectó a las 8 y cotejó que su servicio de internet estuviera funcionando. El primer cibernauta solicitó sus servicios a las 8:15, terminó con él en diez minutos. A las 9 tenía que conectarse a la primera reunión virtual. Cotejó en la cámara de su HP como la verían sus compañeros. Retocó su pelo y leve maquillaje y pasó a conectarse. Todos entraron a tiempo, se saludaron, bromearon un poco e iniciaron los temas asignados para discusión. La reunión duró solo una hora, el tiempo gratuito que daba la plataforma para su uso, pensó: ¡qué inteligente esa plataforma al controlar el tiempo de conexión! De esta forma los obligaba a ir al grano y resolver/discutir en tiempo récord lo presentado en la reunión. Eso le había gustado, así no tenia que escuchar a los que siempre tenían algo que decir o traer a la reunión y que acaparaban la atención y alargaban extensivamente el tiempo de esta. Al finalizar, pasó nuevamente a su estatus de disponibilidad para el usuario. A las 5 se desconectó, pero no cerró su computadora.

Al comenzar su cena, escuchó el primer “tinnnnn”, sonido que le avisaba que alguien requería servicio. Decidió atenderlo, aunque no cobrara hora extra. Era una petición fácil, el usuario requería información de como recuperar su contraseña. Le envió el folleto digital que contenía las instrucciones. Terminó de cenar y pasó a prender la tele para ver su programa de juegos favorito, en donde se veían las historias más inverosímiles de personas que evidenciaban su baja escolaridad y provocaban la risa de los espectadores por las respuestas que daban.

Nuevamente la interrumpió el “tinnnnn”, quiso atenderlo y lo hizo. El sonido se repitió consecutivamente hasta casi las 11 pm. Su primer día en linea fue verdaderamente extenso. Mañana resaltaría en la página de biblioteca el horario para servicio en línea. Esperaba que, con eso, desaparecieran las peticiones fuera de horario de trabajo. Se fue a dormir.

Al día siguiente, comenzó la rutina del día anterior, aunque durante la mañana no tuvo peticiones de usuarios. Lo que le permitió seguir jugando rompecabezas en otra página de su HP. Después de las 6 comenzó a recibir peticiones, una tras otra; lo que la mantuvo ocupada hasta las 10. Nuevamente estaba trabajando nocturnalmente. Transcurrieron varias semanas de la misma forma, lo que le alteró el alma y el espíritu. Ya no tenía contacto con los demás, como Dios manda y lo peor, ¡tuvo cambio de horario laboral sin pedirlo! Adiós desconexión necesaria y anhelada entre la experiencia laboral y la personal. Adiós al acercamiento e intercambio social. Adiós a la tranquilidad de sus horas vespertinas. Indeseada bienvenida a la invasión de su espacio personal, a la irregularidad de su horario de trabajo, al distanciamiento/aislamiento que produce trabajar desde la distancia. Y lo peor, ¡adiós a su tranquilidad y organizada existencia! Mañana comenzaría sus terapias con el psiquiatra, esperando que la devuelva a su anterior rutina, tan organizada, tan entretenida, tan ¡vida!

IRC febrero 2022

El primo Ramón

Los domingos en mi casa era el día de pasear, aunque la mayoría de las veces terminábamos en el mismo lugar, en casa de la abuela en Patillas. Mis recuerdos de mi abuela paterna son esporádicos en el baúl de mi memoria. Murió cuando apenas yo tenia 7 u 8 años. La recuerdo en la cocina, con un traje negro y blanco estampado, atado a la cintura y zapatos cerrados negros, con su habitual moño enrollado en la parte de atrás de su diminuta cabeza. Mas tarde, como secuela de un derrame, estuvo encamada varios años. Llegábamos a visitarla y religiosamente todos pasábamos por su cuarto a saludarla y recibir su bendición. Ella siempre cariñosa, con olor a Jean Naté, nos preguntaba por todos y de todo. Creo que así se aseguraba de mantener contacto con el mundo externo a su diminuta habitación.

Cuando murió, mi papá se puso muy triste, inmediatamente nos trasladamos todos por unos cuantos días a su pueblo para participar de las exequias fúnebres, que para esa época duraban tres días. Mucha gente asistió a ese velatorio y para cumplir con la respetuosa costumbre, mi papá nos mandó a comprar ropa para guardar el luto (blanca o negra). De ahí aprendí la costumbre del luto y vi a mis tías rigurosamente seguir esa costumbre: un año de vestimenta negra completa y después ir sustituyendo el negro por gris o blanco, hasta que “se botara el luto”; lo que significaba volver a usar ropa de otros colores. Todos mis tíos asistieron a la funeraria y como era de esperar, las opiniones sobraban sobre el tema que fuera. Aunque mi papá era el menor de todos ellos, se había convertido en la columna vertebral de la familia y era quien tenía la última palabra.

Después del entierro, al día siguiente se comenzaban los rosarios. Se celebraban en aquella diminuta casa, que para ese entonces a mí me parecía de un tamaño normal. Habitaban en ella mi abuela, mi tía y su esposo, junto a su prole (tres niños y una adolescente. Cuando íbamos con la intención de quedarnos por el fin de semana, había que repartirnos entre las casas vecinas: doña Monse, Eusebia, madrina Monsa y alguna otra de confianza en la familia. A mi hermana y a mí nos tocaba en casa de doña Monse, una señora que para mi siempre fue viejita y que nos recibía con mucho amor. En las noches nos daba una merienda que consistía en una maltita y galletas dulces; con eso nos íbamos a acostar en una cama alta de pilares, cubierta con un mosquitero con doble función: evitar las picaduras de estos y que los murciélagos no se nos acercaran en la noche.

En los entierros siempre conocemos parientes que no sabíamos que existían, además de otros allegados que casi eran familia por la cercanía de la crianza y el compartir cada día; y el de mi abuela no fue la excepción. allí se presentó un primo lejano de papi, Ramón. Diminuto, achocolatado como el Cortés, alegre, bromista, todo un personaje de pueblo. Lo peculiar de Ramón era que cuando se emborrachaba, le daba con hablar sin parar y se despedía cincuenta veces un mismo día. Sí, entraba por el balcón, saludaba uno por uno a todos los presentes y salía por la puerta que daba a la marquesina abierta de la casa. Cruzaba la calle, al negocito de enfrente, pedía una cerveza o un trago, se lo bebía a “culcul” y regresaba a darnos otra visita. Como niños aguantábamos la risa, lo saludábamos y él repetía el ritual las veces que mi tía se lo permitía. Cuando ya daba signos de tambalearse al caminar, mi tía le pedía a alguno de los presentes que lo llevaran a su casa y se lo entregaran a su mamá, para que ésta lo acostara a dormir. Así terminaba el día Ramon y el entretenimiento para nosotros. Lo llegamos a querer mucho.

CATILANGUA LANTEMUE

Este es el título de uno de los mejores cuentos que recuerdo en mi niñez. El mismo es de la autora Angeles Pastor, escritora puertorriqueña que produjo cuentos infantiles de gran calibre.

Me gustaba el cuento (y todavía lo disfruto) por varias razones: su musicalidad al utilizar figuras onomatopéyicas, la ruptura tradicional de la imagen protagónica del cuento (una mujer de aspecto tosco, fornida, color marrón), y lo que más me encantaba, que sus pies eran de barro. Imagínense la fascinación que produce en la imaginación infantil el hecho de que alguien tuviese los pies hechos de barro, ¡difícil de creer, pero posible dentro de ese imaginario mundo!

Más tarde, muchos años después, en un viaje a Lousiana, me topé con una canción, en ritmo de salsa, que aludía a este relato, ¡y también la amé! Fue grabada por Jerry Medina en el 1998, con el mismo título del cuento.

¿Por qué en estos días recuerdo este cuento en particular? Creo que me identifico con Catilangua en ciertos aspectos. Llevo viviendo 6 años fuera de mi país, y en una nueva comunidad y apenas conozco el nombre de mi vecina. No sé si ella recuerda el mío, pues siempre que nos encontramos me llama vecina. Lo que se traduce aquí en que cada cual a lo suyo y apenas se tiene tiempo de socializar. Muy diferente al lugar donde crecí, donde los vecinos eran la familia extendida y se convertían en tíos/ tías de todos.

Siempre percibí mis pies ligeros, descalzos y prestos para correr a otros lugares nuevos, llenos de experiencias por vivir y retos. Me he mudado mas de 20 veces, he vivido en 3 estados, he tenido casa propia y alquilada, siempre en busca de mejorar lo que me rodea. Por primera vez siento que me quedaré aquí, que será el lugar donde pasaré el resto de mi existencia y mis piernas de barro se están fundiendo en este suelo pantanoso floridiano, que no me suelta y solo me permite salir cuando me invade la nostalgia por el mar y el sol de mi patria, Puerto Rico. Como Catilangua, corro tras esa brisa y olor a mar que me llama, invitándome a recargar baterías para continuar con la vida cotidiana.

Referencia

El Rinconcito Cultural RD., and El Rinconcito Cultural RD.Este es un blog. “Catilangua Lantemué.” El Rinconcito Cultural RD., Matos Medina, Walys, 1 Jan. 1970, https://elrinconcitoculturalrd.blogspot.com/2020/04/catilangua-lantemue.html.

In memoriam – Cuqui

A todos nos llega la época en que comenzamos a perder amigos, seres queridos, familia, por que mueren a causa de diversas razones; nuestro circulo se va achicando. Hoy perdí a mi comadre, mujer exquisita, educadora, culta y sobre todo solidaria en causas justas. Hace unas semanas dialogamos y nos dejó saber que presentía que pronto ya no iba a estar. En ese momento le comenté, que recordara que teníamos un compromiso de volver a reunirnos y eso tenía que ocurrir. No vi o no percibí dentro de esa negación, que su cuerpo ya estaba exhausto y su espíritu pedía ya liberación. En la madrugada de hoy, trascendió.

Cada vez que perdemos a alguien, es inevitable reflexionar sobre el sentido y propósito de nuestra existencia. Recordamos los momentos vividos, los que nos faltaron por vivir, si seremos los próximos o si estamos otorgando importancia a lo que verdaderamente la merece en nuestra vida.

Sobre cada una de esas áreas de reflexión, sobresalen en orden de experiencias o prioridad un cumulo de remembranzas, pensamientos y emociones que nos transportan a un feliz pasado o al intento de mejorar lo que nos falta por vivir.

Al igual que mi querida Cuqui, también estoy bajo tratamiento para mejorar mi condición. Pero igual, sé que también no estaré físicamente aquí, Dios dirá hasta cuándo. Por eso vivo cada minuto agradeciendo el respirar, el contar con mi familia, el tener amigos solidarios, y sobre todo el poder dar importancia a lo que verdaderamente la merece. Ya no me angustia o enoja una cancelación de planes, que algo se rompa, lo improvisado, el cambio constante. Por el contrario, todo lo miro bajo un nuevo cristal vestido con optimismo y esperanza, presentado por Dios. Nunca es tarde para mostrar compasión, amor incondicional, expresiones de cariño, solidaridad, empatía, y sobre todo vivir con fe infinita.

Josefina Irizarry, nos reuniremos en espíritu, mi comadre.