La bibliotecaria

La pandemia le estaba cambiando el escenario. Esa directriz de trabajar desde la casa le ponía su vida patas arriba. Su rutina estaba destrozada, sin ella poder hacer nada para detenerla, conservarla. Así se le trastocó la vida a Emilia, la callada, modosita y sobria bibliotecaria de la uni.

Cada día se levantaba al rayar el sol, caminaba hasta el baño arrastrando los pies y metía su redondo cuerpo bajo el agua fría, para que la terminara de despertar. Luego a lavarse los dientes, secar su cabello, vestirse siempre con su oscura ropa y pasar a desayunar cualquier cosa que le llenara su panza y la sostuviera hasta la hora de almorzar. Tomaba el tren y al sentarse en él, metía su cara “espejuelada” en el libro de turno. La misma rutina cada día para presentarse en su monótono trabajo. En sus ocho horas de rendimiento laboral atendía estudiantes, facultad y una que otra visita que llegaba para romper esa monotonía y ponerla a trabajar demás.

Pero, llegó la pandemia y todo lo que se coló con ella. El primer día realizó la misma rutina, cual si fuera a salir al trabajo, excepto que no abandonó la casa. Se conectó a las 8 y cotejó que su servicio de internet estuviera funcionando. El primer cibernauta solicitó sus servicios a las 8:15, terminó con él en diez minutos. A las 9 tenía que conectarse a la primera reunión virtual. Cotejó en la cámara de su HP como la verían sus compañeros. Retocó su pelo y leve maquillaje y pasó a conectarse. Todos entraron a tiempo, se saludaron, bromearon un poco e iniciaron los temas asignados para discusión. La reunión duró solo una hora, el tiempo gratuito que daba la plataforma para su uso, pensó: ¡qué inteligente esa plataforma al controlar el tiempo de conexión! De esta forma los obligaba a ir al grano y resolver/discutir en tiempo récord lo presentado en la reunión. Eso le había gustado, así no tenia que escuchar a los que siempre tenían algo que decir o traer a la reunión y que acaparaban la atención y alargaban extensivamente el tiempo de esta. Al finalizar, pasó nuevamente a su estatus de disponibilidad para el usuario. A las 5 se desconectó, pero no cerró su computadora.

Al comenzar su cena, escuchó el primer “tinnnnn”, sonido que le avisaba que alguien requería servicio. Decidió atenderlo, aunque no cobrara hora extra. Era una petición fácil, el usuario requería información de como recuperar su contraseña. Le envió el folleto digital que contenía las instrucciones. Terminó de cenar y pasó a prender la tele para ver su programa de juegos favorito, en donde se veían las historias más inverosímiles de personas que evidenciaban su baja escolaridad y provocaban la risa de los espectadores por las respuestas que daban.

Nuevamente la interrumpió el “tinnnnn”, quiso atenderlo y lo hizo. El sonido se repitió consecutivamente hasta casi las 11 pm. Su primer día en linea fue verdaderamente extenso. Mañana resaltaría en la página de biblioteca el horario para servicio en línea. Esperaba que, con eso, desaparecieran las peticiones fuera de horario de trabajo. Se fue a dormir.

Al día siguiente, comenzó la rutina del día anterior, aunque durante la mañana no tuvo peticiones de usuarios. Lo que le permitió seguir jugando rompecabezas en otra página de su HP. Después de las 6 comenzó a recibir peticiones, una tras otra; lo que la mantuvo ocupada hasta las 10. Nuevamente estaba trabajando nocturnalmente. Transcurrieron varias semanas de la misma forma, lo que le alteró el alma y el espíritu. Ya no tenía contacto con los demás, como Dios manda y lo peor, ¡tuvo cambio de horario laboral sin pedirlo! Adiós desconexión necesaria y anhelada entre la experiencia laboral y la personal. Adiós al acercamiento e intercambio social. Adiós a la tranquilidad de sus horas vespertinas. Indeseada bienvenida a la invasión de su espacio personal, a la irregularidad de su horario de trabajo, al distanciamiento/aislamiento que produce trabajar desde la distancia. Y lo peor, ¡adiós a su tranquilidad y organizada existencia! Mañana comenzaría sus terapias con el psiquiatra, esperando que la devuelva a su anterior rutina, tan organizada, tan entretenida, tan ¡vida!

IRC febrero 2022

El primo Ramón

Los domingos en mi casa era el día de pasear, aunque la mayoría de las veces terminábamos en el mismo lugar, en casa de la abuela en Patillas. Mis recuerdos de mi abuela paterna son esporádicos en el baúl de mi memoria. Murió cuando apenas yo tenia 7 u 8 años. La recuerdo en la cocina, con un traje negro y blanco estampado, atado a la cintura y zapatos cerrados negros, con su habitual moño enrollado en la parte de atrás de su diminuta cabeza. Mas tarde, como secuela de un derrame, estuvo encamada varios años. Llegábamos a visitarla y religiosamente todos pasábamos por su cuarto a saludarla y recibir su bendición. Ella siempre cariñosa, con olor a Jean Naté, nos preguntaba por todos y de todo. Creo que así se aseguraba de mantener contacto con el mundo externo a su diminuta habitación.

Cuando murió, mi papá se puso muy triste, inmediatamente nos trasladamos todos por unos cuantos días a su pueblo para participar de las exequias fúnebres, que para esa época duraban tres días. Mucha gente asistió a ese velatorio y para cumplir con la respetuosa costumbre, mi papá nos mandó a comprar ropa para guardar el luto (blanca o negra). De ahí aprendí la costumbre del luto y vi a mis tías rigurosamente seguir esa costumbre: un año de vestimenta negra completa y después ir sustituyendo el negro por gris o blanco, hasta que “se botara el luto”; lo que significaba volver a usar ropa de otros colores. Todos mis tíos asistieron a la funeraria y como era de esperar, las opiniones sobraban sobre el tema que fuera. Aunque mi papá era el menor de todos ellos, se había convertido en la columna vertebral de la familia y era quien tenía la última palabra.

Después del entierro, al día siguiente se comenzaban los rosarios. Se celebraban en aquella diminuta casa, que para ese entonces a mí me parecía de un tamaño normal. Habitaban en ella mi abuela, mi tía y su esposo, junto a su prole (tres niños y una adolescente. Cuando íbamos con la intención de quedarnos por el fin de semana, había que repartirnos entre las casas vecinas: doña Monse, Eusebia, madrina Monsa y alguna otra de confianza en la familia. A mi hermana y a mí nos tocaba en casa de doña Monse, una señora que para mi siempre fue viejita y que nos recibía con mucho amor. En las noches nos daba una merienda que consistía en una maltita y galletas dulces; con eso nos íbamos a acostar en una cama alta de pilares, cubierta con un mosquitero con doble función: evitar las picaduras de estos y que los murciélagos no se nos acercaran en la noche.

En los entierros siempre conocemos parientes que no sabíamos que existían, además de otros allegados que casi eran familia por la cercanía de la crianza y el compartir cada día; y el de mi abuela no fue la excepción. allí se presentó un primo lejano de papi, Ramón. Diminuto, achocolatado como el Cortés, alegre, bromista, todo un personaje de pueblo. Lo peculiar de Ramón era que cuando se emborrachaba, le daba con hablar sin parar y se despedía cincuenta veces un mismo día. Sí, entraba por el balcón, saludaba uno por uno a todos los presentes y salía por la puerta que daba a la marquesina abierta de la casa. Cruzaba la calle, al negocito de enfrente, pedía una cerveza o un trago, se lo bebía a “culcul” y regresaba a darnos otra visita. Como niños aguantábamos la risa, lo saludábamos y él repetía el ritual las veces que mi tía se lo permitía. Cuando ya daba signos de tambalearse al caminar, mi tía le pedía a alguno de los presentes que lo llevaran a su casa y se lo entregaran a su mamá, para que ésta lo acostara a dormir. Así terminaba el día Ramon y el entretenimiento para nosotros. Lo llegamos a querer mucho.

CATILANGUA LANTEMUE

Este es el título de uno de los mejores cuentos que recuerdo en mi niñez. El mismo es de la autora Angeles Pastor, escritora puertorriqueña que produjo cuentos infantiles de gran calibre.

Me gustaba el cuento (y todavía lo disfruto) por varias razones: su musicalidad al utilizar figuras onomatopéyicas, la ruptura tradicional de la imagen protagónica del cuento (una mujer de aspecto tosco, fornida, color marrón), y lo que más me encantaba, que sus pies eran de barro. Imagínense la fascinación que produce en la imaginación infantil el hecho de que alguien tuviese los pies hechos de barro, ¡difícil de creer, pero posible dentro de ese imaginario mundo!

Más tarde, muchos años después, en un viaje a Lousiana, me topé con una canción, en ritmo de salsa, que aludía a este relato, ¡y también la amé! Fue grabada por Jerry Medina en el 1998, con el mismo título del cuento.

¿Por qué en estos días recuerdo este cuento en particular? Creo que me identifico con Catilangua en ciertos aspectos. Llevo viviendo 6 años fuera de mi país, y en una nueva comunidad y apenas conozco el nombre de mi vecina. No sé si ella recuerda el mío, pues siempre que nos encontramos me llama vecina. Lo que se traduce aquí en que cada cual a lo suyo y apenas se tiene tiempo de socializar. Muy diferente al lugar donde crecí, donde los vecinos eran la familia extendida y se convertían en tíos/ tías de todos.

Siempre percibí mis pies ligeros, descalzos y prestos para correr a otros lugares nuevos, llenos de experiencias por vivir y retos. Me he mudado mas de 20 veces, he vivido en 3 estados, he tenido casa propia y alquilada, siempre en busca de mejorar lo que me rodea. Por primera vez siento que me quedaré aquí, que será el lugar donde pasaré el resto de mi existencia y mis piernas de barro se están fundiendo en este suelo pantanoso floridiano, que no me suelta y solo me permite salir cuando me invade la nostalgia por el mar y el sol de mi patria, Puerto Rico. Como Catilangua, corro tras esa brisa y olor a mar que me llama, invitándome a recargar baterías para continuar con la vida cotidiana.

Referencia

El Rinconcito Cultural RD., and El Rinconcito Cultural RD.Este es un blog. “Catilangua Lantemué.” El Rinconcito Cultural RD., Matos Medina, Walys, 1 Jan. 1970, https://elrinconcitoculturalrd.blogspot.com/2020/04/catilangua-lantemue.html.

In memoriam – Cuqui

A todos nos llega la época en que comenzamos a perder amigos, seres queridos, familia, por que mueren a causa de diversas razones; nuestro circulo se va achicando. Hoy perdí a mi comadre, mujer exquisita, educadora, culta y sobre todo solidaria en causas justas. Hace unas semanas dialogamos y nos dejó saber que presentía que pronto ya no iba a estar. En ese momento le comenté, que recordara que teníamos un compromiso de volver a reunirnos y eso tenía que ocurrir. No vi o no percibí dentro de esa negación, que su cuerpo ya estaba exhausto y su espíritu pedía ya liberación. En la madrugada de hoy, trascendió.

Cada vez que perdemos a alguien, es inevitable reflexionar sobre el sentido y propósito de nuestra existencia. Recordamos los momentos vividos, los que nos faltaron por vivir, si seremos los próximos o si estamos otorgando importancia a lo que verdaderamente la merece en nuestra vida.

Sobre cada una de esas áreas de reflexión, sobresalen en orden de experiencias o prioridad un cumulo de remembranzas, pensamientos y emociones que nos transportan a un feliz pasado o al intento de mejorar lo que nos falta por vivir.

Al igual que mi querida Cuqui, también estoy bajo tratamiento para mejorar mi condición. Pero igual, sé que también no estaré físicamente aquí, Dios dirá hasta cuándo. Por eso vivo cada minuto agradeciendo el respirar, el contar con mi familia, el tener amigos solidarios, y sobre todo el poder dar importancia a lo que verdaderamente la merece. Ya no me angustia o enoja una cancelación de planes, que algo se rompa, lo improvisado, el cambio constante. Por el contrario, todo lo miro bajo un nuevo cristal vestido con optimismo y esperanza, presentado por Dios. Nunca es tarde para mostrar compasión, amor incondicional, expresiones de cariño, solidaridad, empatía, y sobre todo vivir con fe infinita.

Josefina Irizarry, nos reuniremos en espíritu, mi comadre.

Navidad 2021

En este proceso de larga recuperación, he tenido tiempo de sobra de estar frente a la idiotizante televisión, más por aburrimiento que interés, y estar también pendiente de las noticias de PR y de acá. Durante todo el mes de diciembre los anuncios de felicitaciones por las fiestas navideñas fueron constantes y sonantes. En ninguno vi que se hablara o expusiera el verdadero significado de esta época, la celebración del nacimiento de Jesús. Ciertamente, hemos perdido el rumbo.

Se habla de reunión de amigos, de familia, de celebrar, de regalos, decoraciones, etc. Nadie se enfoca en el sentido real que siempre ha tenido una época tan hermosa, aun cuando estamos todavía con los estragos de una pandemia.  Debemos buscar en nuestro corazón y espiritualidad y retomar nuestra cristiandad para vivir acorde con lo que Dios nos propone. Retomar ese sentido real y volcarnos todos los días a amar a los demás, ayudarlos, encontrarnos y dar esperanza a las futuras generaciones. Aprender de los errores no es fácil, creo que es la lección más difícil que tenemos los seres humanos. Chocamos con lo mismo en el transcurso de nuestra vida, en muchos casos ni nos damos cuenta o simplemente nos negamos esa oportunidad de aprender. Somos tercos, egoístas, empecinados, obtusos. Cuando venimos a darnos cuenta, a veces es muy tarde o estamos envejecidos.

Si he aprendido en este proceso o intento de alargar mi vida, ha sido a valorar lo que realmente es importante. Mi relación con Dios se ha fortalecido y no es porque tenga miedo a morir, eso todos los mortales lo tenemos seguro. Sino porque internamente la sensación es maravillosa y veo con otros ojos a los demás. Confieso que me pone triste la idea de ya no estar aquí, pero esa tristeza no es por mí, es por los que se quedan y no voy a poder apoyar. Sé lo que es extrañar a alguien sin la posibilidad de volver a verle, me pasó con mi papá, ya van casi 25 años y ese vacío es como el primer día.

Aprendí también que el don más preciado es la salud. Sin ella, todo se hace muy difícil y a veces imposible. De niños, nuestros padres están a cargo de cuidarnos y protegernos para que la tengamos siempre. De adolescentes damos por sentado que somos invencibles y nos arriesgamos a retarlo todo, incluso a la salud. Ya en la adultez, empezamos a preocuparnos por hacer cambios en aras de conservarla y mantenerla a toda costa. Llegamos a la vejez y afloran las consecuencias de nuestros descuidos, maltratos y desarreglos, obligándonos a creer en pastillas milagrosas, pociones y menjunjes para atender lo que se presente durante los últimos años de nuestra existencia.

Son muchas las lecciones y cambios que debemos tener. El más significativo y que debe ocupar el primer lugar es nuestra relación con el Ser Supremo. Si comenzamos por ahí, iremos creando una ola que arrope a la humanidad y se vuelque a practicar el amor entre los seres humanos. ¡Qué mejor época para empezar que no sea Navidad!

12/31/2021

Hijo mío,

Hace unos meses me pediste que te escribiera algo, letras que tal vez quieres validen qué lugar ocupas en mi vida y cuánto te amo. Recuerdo te contesté, deja que organice mi espacio mental para que los sentimientos no nublen mi pensamiento. Aquí lo que te prometí.

Nuestra familia siempre ha sido de clase media. Una abuela que trabajó y fue de las pocas que guardó la honestidad y lealtad de servicio como empleada del gobierno de PR; eran otros tiempos. Abuelo, brillante, servidor, baluarte de una familia que se mantuvo en la humildad y ganó con trabajo un lugar en la sociedad. Siempre nos modeló un ejemplo, compasividad y ayuda a los demás. Lee Navidad en mi niñez, está en mi blog.

Cuando me enteré que estaba embarazada, por poco me muero. Pero inmediatamente supe que iba a seguir adelante. Tenía una familia solidaria, era profesional y podía afrontar lo que viniera. Que pasé las de Caín, ¡mis amigas te pueden contar!

Pero seguí adelante, sin bajar la cabeza, no había razón. Tu padre y yo nos enamoramos ¡y de qué manera! Siempre pedía a Dios que me permitiera apoyarte, amarte y ser incondicional contigo.

¡Oye, y mira que diste la batalla! Pregúntale a tu madrina Cuqui, ella sabe lo que tuve que enfrentar.

Naciste un 13 de enero, a inicios de año, Capricorniano. No tuviste paciencia para nacer cuando te tocaba, eso era un signo de lo arrojado que ibas a ser. Eso te hace un signo de tierra, que va muy bien con el mío, de agua.

De los 0 a la 10, todo bien. Cuando llegaste a esa edad, comenzaste a sentir que eras grande. En una ocasión no estuve a la hora acostumbrada para recogerte en el colegio y sin encomendarte a nadie caminaste de Puerta de Tierra al Morro. Se formó un corre y corre, que quizás ni te acuerdas, pero llegaste bien.

De los 12 a los 16, tuviste lo que cualquiera tuviera a esa edad, pero no fue fácil. Sin embargo, a Dios gracias, nada de drogas, nada de pastillas ni tampoco asuntos escondidos. Siempre te recordaba que tenías que cuidarte, que todo tenía un tiempo y que si te embarcabas en una paternidad iba a ser para toda la vida. ¡Olvidé un detalle!, siempre le dije a tu padre que te ibas con el cuándo supieras hablar y contarme como lo habías pasado. Tu familia paterna te aceptó desde el primer segundo. Nunca voy a olvidar la reacción hermosa de tu abuela Ramonita cuando te cogió la primera vez, fue memorable.

Ya has crecido, ya alcanzaste la edad adulta, ya has comenzado a darme motivos de orgullo. Eres un profesional, responsable, autosuficiente, buen amigo, proveedor y respetable. Las travesuras de juventud te formaron y mi recia crianza te moldeó. Tenemos historias, celebramos cumpleaños, viajamos, disfrutamos momentos buenos y malos. Ya voy a mi ocaso, sé que vas a estar para mí.  

Así que, te toca continuar, te toca seguir demostrando los valores que te inculqué. Te toca imitar a tu abuelo, abuela y demostrar que los sentimientos y valores se cultivan. Que has ido madurando, que vas comprendiendo cuál es tu misión en la vida y sobre todo, que siempre vas a estar ahí para quien lo necesite. Te amo infinitamente, incondicionalmente y sobre todo, inmensurablemente.

Mami

PD. Olvidé decirte que eres mi razón de vida, lo mejor que me ha pasado y que siempre estoy aquí para apoyarte, amarte y todo lo que la vida nos depare en este junte. 😍

Inadvertida equivocación

Era el vuelo número #—-de UA. Había perdido la cuenta. La diferencia de ahora es que le había tocado primera clase. A eso sí que no estaba acostumbrado.

Se plegó a realizar lo que los demás pasajeros estaban haciendo en cabina, así que ordenó “ Red wine, please”. No bebía o mejor dicho, no estaba acostumbrado a ello. Pero, por aquello de disfrutar su exposición a una categoría que no le era usual, no podía desaprovechar la ocasión.

La voz del piloto interrumpió sus pensamientos: “We apologize for the inconvinience, our maintenance crew tell us that they will complete the security check for the baggage doors, in the next minutes. As soon as they finish, we are good to go. Thanks for selecting us as your trust airline.”

Unos minutos después, el avión despegó. Tan pronto notó que estaba en modo normal de vuelo, decidió ir al baño. Estaba disponible. No era su actividad favorita, pero entre el agua, el vino y la cerveza consumidos, el cuerpo le reclamaba un desagüe obligatorio. El espacio era pequeño, se le ocurrió de pronto cuestionarse  cómo era posible que su jefe, de unas 400 libras, cupiera allí. Lo imaginó chocando con las paredes y maldiciendo a quien inventó el tamaño de los baños del avión.

Regresó a su asiento y recibió el servicio destinado a primera clase. No podía quejarse, en ninguna otra empresa lo iban a tratar como aquí: “doctor Ortiz, acompáñenos en la ceremonia de graduación, doctor Ortiz: necesitamos que nos reseñe el último libro del historiador Emerson, etc.”

A la media hora del despegue, comienza la asistente/azafata/sirvienta de vuelo, a ofrecer en una bandeja unos rollizos blancos, humeantes y tentadores, a todos los pasajeros. Al llegar su turno, lo toma, siente el calor y se lo echa a la boca, cual bocado entremés que le adelantan para su apaciguamiento de reclamo estomacal/tripal.

Pero para su sorpresa, el rollito caliente, humeante y sin sabor, se le expande al contacto con su saliva y se abre, cual servilleta desdoblada y se le atraganta en la garganta. Se pone rojo, suda y disimula ante los demás pasajeros. Solo le resta sacar aplomo y expresar: “Necesitaba algo que me limpiara la boca, pues la ensalada del mediodía tenía cebollas y no podía soportar el “after taste” que sentía en mi aliento.” Mira a su esposa y le dice: Procede tú con la limpieza de tus manos y no te atrevas a decir más.”

Y así pasó inadvertidamente un momento insignificante que develaba el asno que siempre había sido y nunca se percató de ser.

2019

2019, inició con la salud todavía comprometida. Cada vez que escuchaba de cualquiera que no superaba su batalla, emocionalmente me afectaba y sigue afectando.

Soy bendecida, por todas las esquinas. Muchos ángeles en el camino oraron y se solidarizaron con mi proceso. No todo el mundo tiene esa bendición. Si los fuera a categorizar, cada uno tiene el cielo gano.

Mi ángel mayor espiritual, Dios. Escuchó mis oraciones y peticiones de una oportunidad más para seguir ayudando a otros. Mis ángeles terrenales: mi hermana Titi y mi hermana por elección, Yolanda Torres. Siempre presentes, siempre pendientes y listas para apoyar en esos días en que una piensa que ya no puede más.

Mi mamá, quien durante este año también enfrentó ese monstruo que aparece sin que lo esperemos y que cree que como guerreras vamos a claudicar. Se encontró con nuestras voluntades inquebrantables y espíritus luchadores, que ante las amenazas nos crecemos y creamos una solidaridad impenetrable.

Mi compañero Miki, quien a pesar de que tuve días en que era difícil mirarme, siempre que lo hizo solo proyectó amor incondicional y compasión.

Mi hijo, Giancarlo, quien dentro de sus emociones siempre me dio esperanza y me hablaba del futuro sin limitaciones.

Mañana 24 de diciembre voy a cumplir mi promesa con el Divino Niño Jesús, es una deuda. Tendré presente a todos los que luchan con esta plaga y a los que tuvieron una corta oportunidad. Pediré por todos, espero que mi alma y corazón acomoden a todos en igualdad de amor.

La vida es un recorrer lleno de sorpresas y oportunidades. Cuando aprendemos a reconocer nuestra mortalidad y entendemos qué hay un ser espiritual más grande que dirige nuestra existencia, comenzamos a entender la razón de nuestra existencia y cuál es el propósito por el que visitamos este espacio terrenal. 

Celebremos cada día nuestra existencia y aprovechemos cada momento para ser felices, agradecer nuestras bendiciones, tener empatía y compasión con el que lo necesita, pero sobre todo compartir el amor de Dios incondicionalmente.

Lo importante

Lo verdaderamente importante siempre ocupa lugares secundarios o terciarios en nuestras vidas, o lo que es peor, esta difuso ante nuestra vista. Basta con un giro inesperado en nuestra vida y ¡zas!, se trastoca la forma en que la llevábamos; esa que pensábamos era la “normal”, la “correcta”. Cuando esto ocurre, comenzamos a cuestionarnos, a dudar, a ver desde otra perspectiva lo que pensábamos era importante. Es desde ese momento que iniciamos el viaje de identificación, de selección y exploración real sobre lo que verdaderamente debemos valorar en nuestra existencia.

Comenzamos a escoger, a ser selectivos, a cuestionar, a hacer las cosas de otra manera. Sin prisa, con calma, con nueva mirada a lo que nos rodea, con preguntas qué tal vez no tendrán respuesta o al menos una con sentido común.

Ya lo importante no es la cantidad de amigos que tenemos, sino quienes se han mantenido cerca en los momentos difíciles que nos toca vivir, así la popularidad pasa a último lugar o desaparece como medida, dando paso a la solidaridad.

El trabajo y todo lo que implica, los bienes materiales, nuestra apariencia,

hasta los planes que hacemos, todo deja de tener prominencia en nuestras vidas. Los sustituyen la salud, en primer lugar, sin ella la vida se limita en gran medida. La atención y el tiempo que le dedicamos a nuestra familia sube dentro de la pirámide de prioridades, creando esos momentos memorables que nos ocuparan mentalmente cuando necesitemos recordar.

La independencia de criterios se vuelve más personal y nos apartamos del adoctrinamiento social que nos arropa a medida que vamos creciendo, limitando nuestra creatividad, respuestas y modo de hacer las cosas.

Nuestra espiritualidad se independiza y nos damos cuenta de que la oración no es otra cosa que conversaciones con Dios o el Ser Supremo que la dirija. Se estrecha esa relación y nos llenamos de calma y esperanza para enfrentar lo que se presente. Se agudizan nuestros sentidos y vemos la manifestación de Dios en todo lo que nos pasa y nos rodea.

Invertimos nuestra pirámide de prioridades y desaprendemos para entonces reconocer lo verdaderamente importante y valioso que tenemos en nuestra existencia, comenzando así a vivir conscientes y en forma plena hasta que llegue el momento de trascender.

Nuevo orden